Mientras contemplo el paisaje a través de la ventana imagino cómo se verán desde un avión en vuelo las grandes ciudades: majestuosos rascacielos, parques multicolores, centros cívicos con históricos palacios gubernamentales, esplendorosas luminarias nocturnas. Toda la opulencia y belleza presentadas ante los ojos del mundo.
Supongo que desde un crucero acercándose a las costas se apreciarán abruptos acantilados, frondosa vegetación sobre las montañas, serpenteantes caminos en descenso hasta los puertos, playas brillantes por el sol y la arena, lujosas mansiones y fastuosos hoteles sobre las barrancas.
En el asiento de un autobús al ingresar a las capitales más pobladas, solemos divisar fábricas repletas de obreros, amurallados barrios privados, estadios deportivos de famosos clubes, edificios con oficinas, embotellamientos en las avenidas y el incesante torbellino de personas en la vorágine del trabajo diario.
Pero desde la ventanilla de un tren —como en este preciso momento— todo se ve diferente, el paisaje se transforma y la realidad se muestra desnuda antes nuestros ojos: aparecen las villas miseria que los gobiernos suelen ocultar detrás de altos muros para evitar que los turistas las contemplen, sus chozas con pisos de tierra y paredes de cartón y chapa, famélicos galgos que persiguen gatos —mientras sigilosos estos intentan cazar ratones—, desplumadas gallinas dentro de improvisados corrales, niños descalzos y sin ropas cubiertos de barro, mujeres en constante búsqueda de comida para alimentarlos, hombres con las costillas emergentes de sus cuerpos y sus manos destruidas al trabajar —los que tienen esa suerte— en la construcción de casas que jamás habitarán, y patios convertidos en chiqueros tras la tormenta de lluvia y viento que la noche anterior no les permitió pegar un ojo por temor a que el techo de su rancho se les vuele.
✍️Juan Luis Henares, 2017
🌐buenosrelatos.com, Barcelona, España, 2022